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Capellanes de hospital traen consuelo a los solitarios moribundos

Capellanes de hospital traen consuelo a los solitarios moribundos

Capellanes de hospital traen consuelo a los solitarios moribundos


Los Angeles, California (AP) — Dentro de las habitaciones de los hospitales en todo Estados Unidos, donde los enfermos están solos sin familia que los consuele, la lúgubre tarea de ofrecer consuelo recae en los capellanes del hospital emocionalmente agotados que están lidiando con más muertes de las que jamás hayan visto.

La semana pasada, casi una docena murieron en un solo día en el Providence Holy Cross Medical Center de 377 camas, un centro médico moderno y reluciente que se encuentra en la esquina noroeste del Valle de San Fernando de Los Ángeles. Fallecieron tres más, en un lapso de 45 minutos, al día siguiente.

Como lo ha hecho todos los días durante los últimos 11 meses, el capellán Kevin Deegan se sienta con los enfermos y los moribundos, vestido con una mascarilla, protector facial, guantes y una cubierta de cuerpo completo. Ora con ellos, les toma de las manos, les cepilla suavemente la frente y les asegura que no hay nada que temer.

Familias afligidas, incapaces de ingresar al hospital debido al virus mortal, miran a través del iPad que lleva a la habitación con él. “Está bien, señorita Leticia, soy el capellán Kevin. Ahora vamos a decir algunas oraciones”.

“Ella puede oírte”, le dice a su hijo, Jayson Lim, instándolo a hablar con ella.

“Oye, mamá”, se las arregla para decir Lim antes de romper en llanto y enterrar la cabeza entre las manos. Luego rezará con ella.

Deegan, quien ministró a personas que se sometían a cuidados paliativos y hospicio antes de unirse a Holy Cross hace dos años, no es ajeno a la muerte. Pero aún así, dice, él y sus compañeros capellanes no habían visto nada como esto antes de que el COVID-19 golpeara el año pasado y comenzara a matar personas por cientos de miles.

Holy Cross está llena de tantos pacientes con COVID-19 que ha tenido que duplicar a algunas personas en salas de cuidados intensivos y poner a otras en áreas normalmente reservadas para la atención ambulatoria y la recuperación de pacientes.

Deegan y una docena de otros capellanes cubren turnos que se extienden a 24 horas al día, siete días a la semana.

Mientras la capellán Anne Dauchy ora por una mujer durante sus últimos momentos, se puede escuchar a los seres queridos de la paciente que miran a través del iPad de Dauchy sollozar de fondo y decir palabras como, “Te amo mucho, mamá” y “Gracias por todo”.

Cuando se le pregunta cómo él, Dauchy y los demás logran sobrevivir emocionalmente a la confusión, Deegan responde: “Esa es una buena pregunta. Tengo que ser honesto. No lo sé”.

Lo que sí sabe es que cuando vio a médicos, enfermeras y otro personal del hospital arriesgando sus propias vidas para hacer todo lo posible por salvar a otros, sintió que tenía que estar allí, en la habitación con ellos, para ofrecer consuelo y ser un sustituto de sus seres queridos que no pudieron estar allí.

Estaba seguro de que eventualmente se infectaría cuando los pacientes con COVID-19 comenzaran a ingresar al hospital todos los días. Hasta ahora no lo ha hecho, y la semana pasada recibió su segunda dosis de la vacuna.

 

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